Botellas de plomo, costas de roca



Hay una canción de Pedro Guerra que resume perfectamente lo que nos ha pasado.

Los oasis son siempre espejismos
hay pasiones que niegan el cielo
cuando me quisieron yo no quise tanto
y cuando he querido no siempre quisieron
Las palabras no solo definen
hay canciones que guardan misterios
cuando me llamaron no escuché el mensaje
cuando yo lo quise no me respondieron

Poco, mucho,
algo, casi casi nada
no siempre se cruzan
todas las miradas
Hay distancias que guardan caricias
y lugares de pocos senderos
mis señales de humo no encontraron ojos
y llegaron cartas cuando estaba lejos

En el mar hay tesoros y peces
en el río hay arena y secretos
cuando lo quisiste no salió la luna
cuando no esperabas te llovieron besos
Poco, mucho,
algo, casi casi nada
no siempre se cruzan
todas las miradas



Tus palabras me han tocado todas las fibras, pero también me han hecho comprender lo poco que te conozco y lo poco que he sabido leer en ti.
Posiblemente tu carta es la más bella (y dolorosa) declaración de amor que me han hecho nunca.

Hoy pensaba en cómo debía escribir esta carta, en lo que pensaba decirte. Pero de nuevo me encuentro sin palabras.
En el fondo creo que no somos tan distintos como lo pintas. Te empeñabas en repetir que éramos como agua y aceite. Pues ni aceite, ni agua, ni leches en vinagre. Lo único que nos falla es la comunicación. Yo no sé cómo llegar a ti y mostrarte a ese Juan Carlos del cual te hablé y que tú aún no conoces. Y tú me acribillas con lo que yo debería ser y no soy, y es algo que acaba resultando agotador. El otro día acabé reventado con nuestra charla. Hubiera huido en tres ocasiones (mínimo) porque me recordaba a los largos discursos que me soltaba mi padre cuando venía bebido. Tú me dices lo que piensas de ti, de mí, del mundo, y yo sólo soy capaz de oírte y no consigo aportar mi punto de vista, porque en el fondo tu manera de sentar cátedra hace que todo lo que yo pueda decir parezca deslucido.

Llegué a pensar que tenía realmente problemas para comunicarme, pero no es así. Nunca los he tenido. Esta idiotez crónica sólo me sale contigo. Y después de pensarlo, creo que es porque tiendes a ponerme contra las cuerdas continuamente.
No me das ni un respiro.

La misma carta a la que te intento contestar es una avalancha de nueva información. De sentimientos de los que no me hablaste. De un amor que hoy parece salir de la nada y que en su día no vi por ninguna parte.
Una de las cosas que me has dicho alguna vez que te gusta de nuestra relación es que hemos sido sinceros. Pues para la próxima vez que te enamores de alguien, ten valor y dile "te quiero" en lugar de "me gusta follar contigo".

Sé que estoy siendo muy duro. Sé que esta noche sólo va a salir veneno de mí. Pero por una vez voy a intentar llegar hasta ti. Y puede que sea la última.

¿Recuerdas la vez que, en la playa, vimos aquella pareja de chicos abrazados en el agua?
¿Recuerdas lo que dije? Sentía envidia. Quería que lo nuestro fuera como lo de ellos, un amor sin miedo, un mostrarse tal cual se es. Te reíste de mí. Dijiste que me daba morbo lo de montármelo en el agua. Cuando yo hablaba de sentimientos, tú hablabas de sexo. Y no me parece mal, cada cosa tiene su punto y su momento, pero, o bien mis mensajes iban en botellas de plomo, o tus costas no tenían arenas, sino rocas puntiagudas.

Cuando fuimos a ver “La vida”, aquella película francesa, subtitulada, parecíamos dos desconocidos. No me dirigiste la palabra en ningún momento, no intentaste tomar mi mano, ni cruzamos una mirada en toda la noche. Esperabas a llegar a casa para mostrarte cariñoso. Y si se me ocurría quejarme, te reías y me llamabas sensiblero, sentimental o nenaza.
Qué quieres que te diga, yo te necesitaba, quería sentirme a gusto a tu lado, y me encontraba escalando tus muros una y otra vez.

Me hiciste creer que lo único que nos unía era la cama.

Y te dejé.

Y ahora me escribes una carta y me hablas de amor y de sufrimiento. Me dices que querías que fuera tuyo, con todo lo que eso implica. Que me querías para ti.
Querías que fuera tu hombre. Tu reposo. El cuerpo con el que descansar y al que abrazarte llorando y riendo.

Me dices que eres una herida abierta que te escuece, y te duele el vivir. Que por eso me hablas de dolor. Que por eso puedes decirme que me odias y me odias porque me necesitas y no me tienes. Porque esperabas de mí lo que no tenías derecho a esperar de nadie.

Y me confundes. Todo esto es nuevo, y todo esto no lo sentías a mi lado.
Y en todo caso, da igual. Puede que sí lo sientas. Que sea esto lo que había y que tus muros lo escondieron para mí hasta ahora. Pero aunque lo hubiera visto entonces, aunque lo hubiera sentido, seguramente nada habría cambiado.

Porque yo no siento lo mismo. Ni lo he sentido nunca.
En el fondo ésta debiera ser una carta sin enojo. Debería sentirme halagado después de una declaración como la tuya, y expresar lo que yo siento. Pero estoy enojado, y no sé si es contigo, por no ser claro hasta hoy, o conmigo, por no quererte de igual forma.

Y por fin encajan las piezas
Y conozco la razón.
Quiso quererte mi cabeza
Pero no mi corazón.

Cuídate.


MICRO-RELATOS J. K. VÉLEZ
El Inspirador Mejorado
METAVIDA
Un comienzo para un final
RELATOS J. K. VÉLEZ
Pon la boca así como si fueras a beber
MÚSICA/VÍDEOS ESPECIALES
Cosas que te hacen Feliz
LAS APLICACIONES GRATUITAS DE LA APPSTORE
Mac Sparrow
!AMIGOS
MusicotecaTube
CARTELES
Hazte Rico

No hay comentarios: