Tan lleno de tu vacío



Te echo de menos.

Sé que suena trillado, que lo han dicho cientos, miles, millones de veces los amantes, en todas sus cartas, en todos sus monólogos de amor tras la ventana, con la mirada fija en la noche, intentando comprender el mundo que es oscuro y cruel, esperando un regreso que, en nuestro caso, no se ha de producir...

Y sin embargo, no encuentro otras palabras en este denso vacío donde ahora habito.

Te echo de menos.

Y, Dios Santo, no sabes hasta qué punto...

Tu fotografía, aquella tan extraña en la que tus ojos parecen mirarme fijamente, sin importar desde qué ángulo la observe, sigue encima del piano, que poco a poco se va cubriendo de polvo, y soy incapaz de limpiar. Nadie ha de tocarlo. Jamás.

Y cuando María amenaza con pasar un trapo, le digo, le imploro, le grito que ni se le ocurra ponerle un dedo encima. Quiero que todo siga igual cuando regreses.
Supongo que se lo digo para que piense que no estoy del todo en mis cabales, aunque en el fondo ella sabe que lo digo por joder, y yo... que no vas a volver.

Y te echo de menos cada día, cada noche, cada minuto y segundo de esta vida fría, opaca y absurda que vivo sin ti.

No puedo olvidar. No puedo dejar de pensar en aquel entonces. Todo tenía un significado distinto cuando estabas conmigo. Un sentido especial. Contigo, el mundo cobraba ilusorios matices de dicha ante mis ojos, que miraban a través del prisma de los tuyos.

La seguridad, el apoyo... el compartir, el escuchar y ser escuchado... el beso, el sexo, el cine... la cena, los amigos... la discusión, la intolerancia... los celos, las broncas, el abrazo... los planes, los regalos, los sabores... el teléfono, los problemas, la distancia... el adiós, las horas, el llanto... el reloj, la llamada, el reencuentro... el afecto, la reconciliación, la mesa de la cocina... el desván, los sueños, la música... las plantas, el verano, las notas del piano... tus manos, nuestros pies, los imposibles... el pasado, la soledad, el miedo... el frío, la indefensión, el ostracismo... el presente, la dicha, el calor... el amor, el futuro, el dolor... la pena, la depresión, el desasosiego... los silencios, las mentiras, la verdad... los helados, el atardecer, la hierva bajo los pies... los arrumacos...
Y el desgaste, el rencor, el odio. El tormento, la frustración, la intransigencia. La culpabilidad, las lágrimas, los recuerdos. Lo compartido... y lo perdido.

Todo exactamente igual en todo a los amores de todos, pero distinto al lado tuyo.

Algo queda de ti. Estás en la fotografía, en el aire fresco, en la cama deshecha y en las notas del piano, que aunque ya no suenen, se siguen oyendo de vez en cuando.

Estás en la casa. Sigues en mí. Algo conservo, y hay más aquí de ti que en ningún otro sitio.

Por eso, cuando llega el nueve de octubre, las flores las dejo sobre el piano, junto a tu fotografía, desde la cual me vigilas con tu mirada viva, porque no quiero, no puedo poner flores en un lugar tan lleno de tu vacío.


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